Quienes valoramos nuestra condición de ciudadanos nos tomamos cada vez más en serio la cuestión del liderazgo. Y es bueno que así sea, porque al votar por un candidato o atribuirle la condición de líder a una persona, estamos cediendo parte de nuestra soberanía política y personal.
Atribuir liderazgo implica que compartimos ciertas ideas con quien detenta ese liderazgo. En ocasiones, nuestras ideas acerca de uno u otro tema de la agenda pública no están muy claras, pero al identificarnos con una propuesta o proyecto político nos adherimos o aceptamos como válidas las interpretaciones, explicaciones y toma de posiciones del liderazgo de ese proyecto.
Otras veces basta con que el liderazgo exprese una u otra opinión o toma de posiciones sobre algún asunto de interés público para que las aceptemos en relación con el tema de que se trate. Y es normal, porque el vínculo más importante entre un liderazgo y sus seguidores no es intelectual, no se basa en explicaciones o elaboraciones sino en la confianza y con ella en la identificación y la cercanía.
Cuando uno se interesa en la política por asuntos que no responden a intereses personales, cuando uno no tiene una relación mercenaria con la política, sino que se rige por intereses mayores que los de uno mismo, por un bien superior, colectivo, social, entonces la credibilidad del proyecto político con el que uno se identifique cobra la mayor importancia.
Esta credibilidad descansa en la calidad de las personas que portan el mensaje, en su trayectoria (que nos dice si merece o no nuestra confianza), en el entorno de personas que colaboran y en las ideas mismas, en último lugar. Las personas, pues, son lo más importante: cada uno de nosotros. Tenemos que hacer llegar nuestra red a más personas que quieran ser mejores. Lo anterior fueron los fundamentos de mi análisis personal y una de las razones por la cual yo escogí a Danilo Medina.
Publicado en Santo Domingo, fecha 24 de agosto de 2011, ver publicación en Perspectiva Ciudadana
