En la política vivida como escenario de una determinación personal, es altamente probable que el actor de la misma tropiece con eventos y circunstancias en los que otros le confronten o incluso le traicionen, actúen a sus espaldas a contrapelo de compromisos explícitos o tácitos que, desde la perspectiva de una ética personal, tendrían que ser honrados.
Pero, como dijera Martí, en estos tiempos de política de mostrador, es urgente dejar de avergonzarse de ser honrado, porque la política virtuosa es la única útil y durable, por lo menos para aquellos que hemos escogido actuar en política por fines nobles, superiores, por valores.
La política puede deslumbrar, porque el poder fascina: estar en contacto directo con liderazgos que alcanzan con su influencia a centenares de miles, provoca la sensación de que a través de la política se puede lograr que lo que fuera una esperanza se convierta en una realidad.
La fascinación del poder también puede conducir a experiencias desgarradoras. El tránsito y la interacción con lecturas utilitarias y ego maníacas del poder exige una “piel dura”. Pero la piel dura, si hacemos de ella nuestra virtud y el signo de nuestro actuar, termina destruyéndonos, secándonos por dentro, llevándonos a ser practicantes del ajedrez del poder, de la estrategia de las manipulaciones y la matemática del dominio personal.
La otra política, la virtuosa; es la del que sabe que no se necesita piel dura. Es la del que sabe que lo que se requiere es una buena dosis de perdón. Es la política que sabe que hay que tolerar ciertas cosas para conseguir un bien mayor, un fin más elevado. Es ganar con amabilidad, delicadeza y persuasión allí donde la fuerza fracasa, como enseñó Mandela. Es la política que necesitamos; la que persistiremos en aprender.
Publicado en Santo Domingo, fecha 13 de julio de 2011, ver publicación en Perspectiva Ciudadana