Discurso VI graduación ENJ

29 de abril de 2010

Pienso en ustedes, por supuesto también podría ser yo, seres humanos, personas concretas, con nombres y apellidos. Personas que hemos crecido en una cultura premoderna de los remedios caseros, del ensalme, y el mentholatum que lo cura todo, que desde que nacimos vivimos con apagones, escasez de agua y problemas de transporte.

Veo seres humano de la modernidad, que trabajan o han trabajado en ambientes, donde la era industrial con sus adelantos tecnológicos son parte de nuestra cotidianidad, donde de la noche a la mañana pasamos del cambio manual de la televisión al control remoto, del teléfono de disco y alámbrico al teléfono digital e inalámbrico, y en un abrir y cerrar los ojos, sin darnos cuenta, llegamos al celular que ya dejo de ser análogo y nacional para convertirse en digital y global.

Pienso en ustedes y en la Escuela, como les gusta llamar a ustedes a su Escuela Nacional de la Judicatura, entonces vislumbro un puente que los conecta con el pensamiento de Rawls, Dworking, Barry, Alexi, Havermas, Ferrajoly, Atienza, Vigo y muchos más que nos cuestionan y marcan el nuevo rumbo. Pero de repente, una nueva expresión cultural, las tecnologías de la información y la comunicación, se manifiesta en principio a través del Campús Virtual y después con la Comunidad Jurídica Virtual, sin darnos cuenta compartimos institucionalmente la innovación como uno de los elementos definitorios de la sociedad del conocimiento que ha convertido a la tierra, como hubiese podido decir Thomas L. Friedman, de físicamente redonda a virtualmente plana.

Entonces, me doy cuenta que súbitamente nuestra cultura tradicional ha sido invadida, y que hemos sido marcados con intensidades diferentes por una cultura difusa, fragmentada que se sobrepone en capas en nuestras vidas y que nos impacta personalmente y socialmente en nuestra identidad. Estos complejos cambios culturales, muchas veces imposible de medir en su hondura y en sus consecuencias para nuestro futuro, nos afectan a todos con acentos diferentes.

La vida actualmente lleva un ritmo vertiginoso en todos los ámbitos, en todas las disciplinas, en todo el quehacer humano. Muchas cosas que antes eran consideradas ciertas, hoy día se cuestionan o son rechazadas de plano y sustituidas por otra realidad. A otras se les introducen modificaciones para adaptarlas a los tiempos que corren. Poco ha quedado incólume ante la avasallante velocidad de la realidad presente. Los que somos padres hoy después de haber sido hijos, lo sentimos más, la relación padres e hijos, se ve mediatizada y redefinida por el poder de la información de una manera más horizontal, menos respetuosa dirían algunos. Con relación al respecto y a manera de anécdota en estos días un amigo me contó que estaba impactado con los saludos que su hija le había dado últimamente mientras ella chateava en el computador y cito: hola papi, cierra la puerta y quédate afuera; hola papi pinta un paisaje y desaparece y por último hola papi multiplícate por cero.

La justicia dominicana, por consiguiente, no puede mantenerse al margen de estos cambios, sino, por el contrario, necesita realizar la transformación que se requiere para hacer de esta un instrumento ágil y eficiente al servicio de la ciudadanía.

Y es precisamente esto lo que estamos tratando de hacer en la Escuela Nacional de la Judicatura, ser un referente de un proceso que permita que todos nosotros adquiramos conocimientos acerca de nosotros mismos y de una nueva realidad que se nos presentan de modo tal que podamos tener los valores, conocimiento y destrezas necesarias, acorde con el nuevo milenio.

Estamos, en el inicio de un necesario y profundo proceso de rediseño de la justicia dominicana, lo que el Magistrado Presidente de la Suprema Corte de Justicia Dr. Jorge A. Subero Isa ha denominado la Segunda Ola de Reformas, que busca en todo momento asimilar los cambios y tendencias que se producen en nuestra realidad nacional y en el ámbito internacional, para insertarnos de lleno en una sociedad del conocimiento que cohabita con una sociedad industrial que no ha podido resolver todavía sus tareas fundamentales de carencia de alimentos, salud, vivienda y educación.

Los sistemas de administración de justicia actuales se crearon para la realidad prevaleciente en el siglo XVIII. En la actualidad de este siglo XXI, esa realidad ha cambiado de manera radical, pues contamos ahora con conocimientos, metodologías y tecnologías completamente diferentes a las predominantes en el pasado, que debemos ir incorporando a nuestro quehacer, mediante el estudio y la asimilación de los nuevos tiempos.

Ustedes, que han concluido en forma exitosa sus programas de estudios, son ahora más concientes para hacer uso de los conocimientos adquiridos, aplicando conceptos, sistemas y tecnologías actuales a sus labores, para transforma su presente y eliminar de nuestra realidad todas aquellas concepciones y prácticas de nuestro pasado judicial, acumulado en siglos de prácticas jurídicas que fueron consideradas y aceptada como válida, pero que hoy se contradicen con nuestra realidad y se han vuelto reaccionarias.

Nos llena de regocijo y orgullo conocer que han adquirido sabiduría, y que están preparados para hacer uso de ella, lo que hace más eficaz el ciclo del aprendizaje y la puesta en práctica de lo aprendido para el desempeño de sus funciones, pues como dijo Cicerón, no basta con adquirir sabiduría, es preciso además saber usarla. Pero, además, que estas nuevos conocimientos van acompañados de los valores personales y sociales necesarios para ser dignos de servir a nuestro pueblo.

Estamos enfrentando con optimismo y entusiasmo el enorme reto de dar un giro a la Justicia dominicana. Si readaptamos a nuestras circunstancias el pensamiento de Edward Sagendorph Mason cuando dijo, Changing the World One Leader at a Time, podríamos decir que cambiemos la justicia dominicana con una persona a la vez. Con cada grupo de graduandos que sale de las aulas de la Escuela, nos vamos acercando cada vez más a la meta, aunque aún queda un largo trecho por recorrer. Las perspectivas son halagadoras, y en sus manos está contribuir a hacer realidad la ansiada transformación que espera la ciudadanía y la eficiencia que se requiere para lograrla.

La nación confía en que el sistema de administración de justicia dé respuesta a sus anhelos de contar con personas capaces, honestas y eficientes, que manejen los casos en los tribunales con estricto apego a la constitución y las leyes y que agilicen el conocimiento de las causas pendientes. El otro día, un importante e ilustre operador del sistema de administración de justicia, me reclamo, de manera muy sincera, respetuosa y considerada, que no formemos en la Escuela Nacional de la Judicatura a jueces y defensores para que cumplan de manera tan estricta con la ley, que sean más flexible, me decía, atónito no encontré palabras para responderle, pero debo confesar que en mi interior me sentí orgulloso y le di gracias a Dios porque la Escuela estaba cumpliendo con su deber y razón de ser.

Son ustedes los llamados a propiciar o impulsar este cambio de percepción, que se verificará según sean sus actuaciones, pues en el proceder de cada uno de sus integrantes, la ciudadanía evaluará el estado en que se encuentra la justicia.

Cuando en una nación los asuntos judiciales se manejan con diafanidad y eficiencia, la población se siente confiada y segura de recibir un trato justo y, en consecuencia, la sociedad se desenvuelve en un ambiente más armónico, por lo que los servidores de la justicia deben dar muestras en todo momento de que se conducen con probidad.

Muchas veces se le pide a los jueces y defensores que sean más humilde, creo interpretar este clamor, como la solicitud de un comportamiento más sencillo, modesto, servicial en el cual nunca presuma de la riqueza de sus cualidades y conocimientos y que por el contrario siempre estén presente a servir con amabilidad, respeto y discreción, que son cualidades que construye a los seres humanos realmente nobles. Este país espera, que al poner en práctica lo aprendido a su paso por la Escuela Nacional de la Judicatura, ustedes asuman plenamente el compromiso de regir sus actos por una nueva ascética que propugne por una vida de servicio que sea austera, de renuncia y de lucha por los más rectos y nobles principios que construyan y transformen la sociedad. Porque ya lo dijo Simón Bolívar, el talento sin probidad es un azote.

A partir de esta tarde, un nutrido grupo de hombres y mujeres se integrará a las filas de la judicatura dominicana, luego de haber seguido con ahínco y culminado con éxito los programas de estudios para Aspirantes a Juez de Paz, Aspirantes a Defensor Público con especialidad en Niños, Niñas y Adolescentes, Aspirantes a Investigador Judicial y Aspirantes a Trabajador Social.

El ingreso de ustedes al servicio judicial representa un refuerzo relevante en términos cuantitativos y cualitativos, que se unirá al de los integrantes de la judicatura que les han precedido, y que han recibido conocimientos amplios y actualizados en la Especialidad de Derecho Judicial así como los cursos virtuales de Aspectos Dogmáticos Criminológicos y Procesales del Lavado de Activos, Derecho de Autor y Derechos Conexos, Derecho Penal Ambiental, Constitucionalización del Proceso Civil y Constitución y Garantías Procesales que les permitirán desarrollar sus funciones con una perspectiva más acorde con la concepción de un Estado democrático y moderno.

Siempre aprovecho las graduaciones de la Escuela para hacerles un regalo, sin valor material, pero muy reflexionado y sentido, quiero regalarles mi visión muy personal sobre la Escuela Nacional de la Judicatura que después podrán contrastar con la visión institucional que hoy veremos.

Para mi la Escuela es como la luz de una luciérnaga que nos regala Dios, a veces, esa luz que siempre nos habita, se muestra con gran intensidad y somos nosotros los transformados en todas nuestras dimensiones, cuerpo, pensamiento, afectividad y decisión. En otras ocasiones somos los testigos cercanos de otras personas que son transformadas y con ellas el orden, las estructuras, la realidad y la historia, y a nosotros también nos alcanza algo de esa luz que brilla a nuestro lado. No creo que nosotros seamos los dueños de esa transformación, pues esta luz, llega de manera impredecible y se tiene que apagar para no quedar suspendida en el aire fuera del tiempo y del espacio, y luego solo nos queda el camino cotidiano para vivirla.

El otro día, a propósito de la juramentación de los comités de la Escuela, veía fotos viejas y actuales de la Escuela y me di cuenta que el deterioro de nuestros rostros que sufre y envejece, pero esto no impide el crecimiento de esta luz interior que ilumina el exterior. Hay rostros surcados por la vejez que son muy luminosos, mientras otros se van convirtiendo en una mascara cuidada que traduce la tristeza de un vacío interior indecible por la falta de esa luz.

La experiencia de la Escuela Nacional de la Judicatura en términos de una luz, que ilumina nuestra propia interioridad y la unifica con la claridad y los anhelos de nuestro pueblo, podemos sentirla en nosotros mismo y podemos verla brillar también en el rostro de los demás y en el de toda la justicia.

Los Jesuitas tienen una máxima que dice: Debemos trabajar como si el éxito dependiera de nuestro propio esfuerzo, pero confiado en que todo depende de Dios. Quisiera que la justicia dominicana actuáramos conforme a este principio, porque al final: Si Dios esta con nosotros, quien podrá estar contra nosotros. Felicidades a todos, y éxitos en el camino que van a emprender o están emprendiendo.

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