Discurso en ocasión de la celebración de la IV Graduación de los Programas de Formación de Aspirantes de la ENJ

7 de mayo de 2010

Anoche, mientras trataba de conciliar el sueño, en medio de la paciente impaciencia, me puse a pensar en lo que la Escuela Nacional de la Judicatura ha logrado en los últimos años, y al repasar en mi memoria todos aquellos momentos de alegría, de tensión, de ardua labor, me percaté de que estaba viendo muchos de los sueños con los que habíamos iniciado esta institución hechos realidad, y en especial en el día de hoy, donde 4 grupos distintos, jueces de paz, defensores públicos, investigadores judiciales y trabajadores sociales culminan formalmente un tramo del camino que pasa por la Escuela y continúan por el mundo de la justicia para ayudar a su efectiva administración.

Cuando al fin conseguí dormirme soñé con ustedes, con cómo se harán realidad las esperanzas que todos nosotros tenemos depositadas en su futuro que ya se vislumbra brillante. Me imaginé qué estarían pensando, qué sentiría yo en su lugar.

“Cuando finalicé el programa me sentí increíblemente liberado y feliz. Anuncié mi graduación y recibí cientos de felicitaciones, lo curioso es que con cada una de ellas sentí el enorme peso que implica este paso. El hacer en funciones todo lo que hasta ahora había recibido en teoría.

Me siento orgulloso de haber formado parte de un programa tan exigente como éste, pero a pesar de todo saber que mis acciones pueden cambiar el rumbo de una vida realmente me atemoriza.

Quizás las normas estén claras: la imparcialidad, despojarme de perjuicios, ser compasivo pero sin dejar de actuar conforme a las reglas y principios de mis funciones; sí, están claras, asumo mi compromiso y me causa ilusión poder ponerlos en práctica. Pero ¿Quién no sentiría temor ante tanta responsabilidad? Me debato entre ser garante de los derechos de los seres humanos y la presión social que exige respuestas fáciles y violentas.

Entonces recuerdo que no estoy solo en el cumplimiento de mi deber, ahora formo parte de algo más grande, de un organismo vital para la libertad y el bienestar de una sociedad. Al fin mi sueño se hace realidad: desde un espacio común, accesible a todos, colaboraré a que las personas puedan resolver de manera civilizada sus conflictos, lugar donde las palabras, las reglas y las ideas reemplazan a los puños, las armas y la violencia.

Las dudas iniciales se van disipando cuando recuerdo el esfuerzo que realicé para estar presente en la graduación, las enseñanzas de mis profesores, el amor que le tengo a mi profesión y el apoyo de tantas personas a mí alrededor. Eso me llena nuevamente de fuerzas y siento la seguridad de que realizaré una buena función.”

Un día mientras conversaba con ustedes, con cada grupo en particular, les dije que estas palabras no eran fruto del azar, sino que las iba construyendo según pasaban los días aquí en la Escuela, mientras los miraba, seguía sus inquietudes, sus notas, sus tropiezos de manera personal, pensé que la mejor manera de despedirlos hoy, era compartiendo ciertas pautas que me han ayudado a ser “aprendiz de brujo” como diría uno de mis maestros en la vida. Y lo primero que tengo que compartir con ustedes es que no teman, no se sientan abrumados por su futuro, porque tienen las herramientas necesarias para triunfar. Son pacientes, perseverantes, trabajadores, y constantes, están preparados y tienen ante todo el factor más importante, la vocación de servicio. Ese es, de los valores de la Escuela, el que identificaron como el que más han podido vivir en este lugar al que cariñosamente llamamos “la casa” y por experiencia sé que con lo que identifican, se identifican.

Les recuerdo que ustedes en estos momentos están haciendo realidad sus sueños, pero también los de muchas personas que al igual que ustedes tienen la disposición para servir a la Justicia. El sueño de poder hacer algo por su país y sus ciudadanos, sueño que ha existido desde hace generaciones y que solo desde hace pocos años pudo ponerse al alcance de cada dominicano. Quizás dentro de unos años ustedes se encuentren en un acto similar éste, pero en vez de estar presentes como graduandos, lo estarán en calidad de familiar, docente o ex-aspirante, y tendrán la satisfacción y el orgullo que sentimos nosotros el día de hoy.

Con esto no quiero decirles que de ahora en adelante sus vidas serán el sueño dorado o el ejemplo de la perfección, muy por el contrario, el oficio que han elegido desempeñar trae consigo numerosos retos, y siempre encontrarán una silla o una rapiña que los invite a descansar. Es por esto que deben tener muy claro cuál es su norte, hacia dónde quieren que sus vidas se dirijan. Siempre existirán dos caminos que se pueden tomar, y la decisión será solo de ustedes, en ese momento crucial no estaremos acompañándolos, pero recuerden que por mas difícil que perezca, por más bajito que se escuche su voz nunca deben dejar que la tormenta calle su canción.

Tampoco crean que les exigimos que sean perfectos, nunca llegaríamos a solicitarles lo imposible, puesto que la perfección no existe en la humanidad. Muy al contrario les exhorto a que no teman equivocarse porque solo al errar aprendemos a obrar.

La vida no es más que una cadena de acontecimientos, pasados, presentes y futuros que vamos tejiendo en nuestro caminar, no soy quién para decir que el destino no existe, ni tampoco para decir que sí, pero les aseguro que su futuro siempre dependerá de su capacidad de aprender, desaprender y aprender, un ciclo que debe ser permanente en sus vidas.

Muchas personas se pasan la vida lamentando lo que pudo haber sido, otras preocupándose por lo que será, mientras que muchas están tan perdidas en la rutina que se les olvida vivir. Por eso les recuerdo mi principio de oro: “vivir la intensidad del presente sin perder las perspectivas del futuro.

Estoy seguro de que recordarán aquellas canciones de Silvio Rodríguez que algún día les hice escuchar. Aquí en estas palabras se encuentran resumidas las letras de “En busca de un sueño”, “Historia de las Sillas” y Fábula de los tres hermanos”. Son palabras profanas que se convierten en oración en los momentos difíciles de mi vida, por eso se las obsequio hoy para que la tengan siempre cerca y les ayuden como en muchas ocasiones lo han hecho conmigo, a sobrepasar los días no tan soleados.

Me gustaría finalizar con algo que escribió el nieto de un granjero pobre de Sherman (Texas), que se llamó William Jefferson Blythe y que adoptó el nombre de Bill Clinton, en su libro “Mi Vida” sobre las cualidades que debe poseer un buen juez. Al leerlas pude percatarme de que las mismas no son inherentes al juez, sino que deben encontrarse en cada uno de los actores de la Justicia. Entre lo expresado en ese tenor, por el autor, fueron tres las cualidades enumeradas: trabajar con los jueces conservadores para alcanzar el consenso cuando este fuera posible, enfrentarse a ellos de ser necesario y ver los casos por sus circunstancias, y no por la ideología o la identidad de las partes, la cual desde mi punto de vista reviste la mayor importancia, puesto que sólo de esa manera es que ustedes podrán garantizar que actuarán de manera imparcial. Al final de este párrafo se cita a la Jueza Presidente de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de América y me gustaría leerles dicha cita pues considero que será para ustedes una fuente de inspiración: “Las más importantes figuras de la justicia han sido personas con una opinión independiente, con mentes abiertas pero no vacías, dispuestas a escuchar y a aprender. Han demostrado que no temen reexaminar sus propias premisas |…| tan meticulosamente como las de los demás.”

Que Dios los bendiga y los acompañe siempre.

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