Por: Rafael Tapia Rodriguez – El Nuevo Diario
La historia de los pueblos se mide, en gran parte, por la evolución de sus instituciones, y pocas son tan determinantes como el sistema judicial. En la República Dominicana, la justicia ha recorrido un camino largo, complejo y a veces accidentado, pero también ha conocido momentos de luz y transformación que han marcado hitos irreversibles en su desarrollo.
Uno de esos momentos fue la presidencia del doctor Jorge Subero Isa en la Suprema Corte de Justicia. Un jurista de carácter firme y visión clara, cuyo nombre quedó grabado como símbolo de dignidad y compromiso. Durante su gestión, la justicia dominicana comenzó a sacudirse viejas inercias y a buscar mayor institucionalidad y respeto por el Estado de derecho. Fue, sin duda, un capítulo importante en la consolidación del Poder Judicial.
Sin embargo, los tiempos cambian, y con ellos las necesidades de una sociedad en constante evolución. Hoy nos encontramos ante otro momento histórico, encabezado por el actual presidente de la Suprema Corte de Justicia. Su gestión, aunque aún en desarrollo, ya comienza a esculpir un nuevo rostro para la justicia dominicana: uno digital, accesible, eficiente y, sobre todo, consciente de los desafíos del presente.
Como abogado y actor cotidiano del sistema, me veo en la necesidad no solo de observar, sino también de reconocer. Porque si algo define esta etapa es la apuesta decidida por la digitalización del proceso judicial. Lo que por décadas fue visto como un sueño lejano, como las audiencias virtuales, los expedientes electrónicos y las notificaciones digitales, hoy es una realidad que nos beneficia a todos: usuarios, profesionales del derecho y servidores judiciales.
Este cambio no es menor. Significa el paso de una justicia anclada en el papel, en la burocracia y en la lentitud, a una justicia dinámica, respetuosa del tiempo y de los recursos. También representa una respuesta concreta al compromiso ambiental, pues reducir el consumo de papel no solo aligera los procedimientos, sino que también es una forma de justicia hacia nuestro planeta.
Ahora bien, como todo proceso histórico y transformador, aún hay aspectos que deben perfeccionarse para alcanzar su máximo potencial. Es crucial, por ejemplo, facilitar aún más la subida de documentos al sistema y mejorar la emisión de acuses de recibo. Estos acuses deberían simular un sello oficial, dotándolos de mayor fuerza jurídica y evitando situaciones de inseguridad o disputas por falta de constancia formal.
Asimismo, se hace necesario crear un número único de usuario para abogados y partes procesales, que no dependa exclusivamente de la cédula de identidad, permitiendo mayor flexibilidad, seguridad y continuidad en el acceso a los servicios judiciales digitales.
Lo que antes era rutina, como hacer fila, perder una mañana entera en un tribunal o someterse a sistemas manuales y engorrosos, va quedando atrás. El nuevo modelo no elimina por completo los desafíos, pero allana el camino hacia una experiencia más humana, más eficiente y, sobre todo, más justa.
Estamos, sin lugar a duda, ante una transformación estructural que marcará a las generaciones futuras. Este proceso de modernización judicial no debe verse solo como
una actualización tecnológica, sino como una conquista civilizatoria en la historia institucional del país.
Que no quepa duda: el presidente actual de la Suprema Corte de Justicia está construyendo un legado. Y la historia sabrá reconocerlo. Porque cuando se logre consolidar una justicia verdaderamente accesible, eficaz y moderna, se recordará este momento como el inicio de una nueva era para el Poder Judicial dominicano.
En nombre de quienes vivimos y creemos en la justicia, solo queda desear que este camino no se detenga. Que se profundicen las inversiones, que se escuchen las voces de los usuarios, y que se fortalezcan los pequeños detalles que darán solidez a la transformación. Porque cuando la justicia evoluciona, toda la sociedad avanza.
