Cuando llegué a Venezuela, con menos de seis años, quedé maravillado con una persona que impactó mi vida para siempre. Mis padres me dijeron que era mi tío, porque era hermano de ellos, yo lo escogí como mi padrino de confirmación.
Rafael Antonio León León, mi tío Rafael, me impregnó de su personalidad. Me deleitó con sus historias y me enseñó con su ejemplo.
Errores y defectos muchísimos pero no me acuerdo de uno solo de ellos, solo de sus virtudes y de todo el bien que hizo por su país, por su gente y por los compañeros de su partido.
Mi tío Rafael usaba un bigote al estilo Jorge Negrete o Pedro Infante. Le fascinaban las canciones mexicanas. Impecable al vestir, siempre con olor a Jean Marie Farina. Galante, agudo, conversador, apasionado. Mi tío Rafael era carisma, seducción y detalles.
Con él vi por primera vez “El Zorro” de Guy Williams. El de Walt Disney, que nunca mató un adversario. Era un caballero de capa y espada, como mi tío Rafael, que se enfrentaba de frente contra el puñal de los villanos. Lo veía una y otra vez y cada vez se volvía más paladín de la justicia.
“Ese problema lo resuelve Rafael”, “déjame hablar con mi compadre”, decía mi papá. Nunca andaba solo. Era detallista, con una letra hermosa y un sentido de la estética que se sentía en su entorno. Agregaba confort.
Mi tío Rafael era generoso, “esas son las vainas de Rafael” decía mi tía Dina, tú sabes como es tu tío. Era habilidoso con las manos, podía construir lo que quisiera. Cuántos tornillos y arandelas había debajo de la escalera. Cuántas herramientas y ejemplos me regaló y con las que hoy me armo la vida y trato de hacer lo mismo con mis hijos.
Gracias a la vida por tío Rafael.
Gracias, mil gracias Henrito, porque para nosostros, siempre serás Henrito, gracias por tan bello gesto hacia mi amado padre.
Dios te bendice y yo con Él