Tecnología, libertad y justicia: una reflexión a propósito del Premio Princesa de Asturias a Byung-Chul Han

30 de octubre de 2025

El pasado mes de octubre, el filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han recibió el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Su discurso, pronunciado en Oviedo, no celebró la tecnología ni el progreso digital. Más bien lo cuestionó.

Advirtió que, aunque creamos ser más libres que nunca, vivimos en un régimen que explota esa libertad. Señaló que la autoexplotación, trabajar sin pausa, comunicar sin descanso, rendir sin límite, es la forma moderna de servidumbre. Pero, sobre todo, alertó sobre un riesgo inquietante, que las personas terminemos convertidas en instrumentos de nuestras propias herramientas.

Lo expresó diciendo que “aunque creamos ser más libres que nunca, vivimos en un régimen que explota la libertad”. Y añadió: “El teléfono inteligente puede ser muy útil. Pero en realidad nos hemos convertido en instrumentos de los smartphones”.

No hablaba solo de teléfonos o redes sociales. Hablaba de una cultura entera que mide su valor por la velocidad, la productividad y la exposición constante. Una cultura donde lo invisible, lo silencioso y lo reflexivo parecen quedar fuera de lugar.

Han advierte sobre el riesgo de una sociedad que vive en constante aceleración. Su reflexión nos recuerda que la tecnología sólo tiene sentido cuando favorece la calma del pensamiento y el valor de la escucha. En ese sentido consideremos que la justicia debe ser un espacio donde la sociedad respira, donde la palabra encuentra medida y donde el derecho se reconcilia con la vida. La inteligencia artificial, aplicada con sentido humano, nos ayuda a recuperar ese tiempo para el juicio y la empatía.


Esa crítica no es ajena a la justicia. En todo el mundo, los sistemas judiciales atraviesan un proceso acelerado de digitalización. Expedientes electrónicos, audiencias virtuales, automatización de trámites: avances que han transformado la manera de trabajar y de comunicarse con la ciudadanía.


En la República Dominicana, el Poder Judicial ha asumido este reto con visión de futuro, promoviendo transparencia, eficiencia y accesibilidad, como hemos expuesto esta misma semana en el congreso de CIEL. Pero sobre todo, manteniendo siempre abierta la interrogante de cómo podemos asegurar la humanización del conjunto del sistema a medida que este se adentra en la digitalización.

Pero también aquí vale la advertencia de Han. Porque cada innovación tecnológica trae consigo nuevas preguntas: ¿hasta qué punto la digitalización puede afectar la deliberación? ¿Cuánto espacio queda para la reflexión pausada, para el análisis de fondo, para la prudencia? La justicia no puede perder su esencia humana en el afán de ser más rápida.

Esta tensión no nos es ajena. En la entrada de la semana pasada reflexionábamos que la eficiencia judicial y la calidad de las decisiones no se excluyen, sino que se fortalecen mutuamente. Lo mismo ocurre con la digitalización: la tecnología no tiene por qué acelerar la justicia a costa de su reflexión, sino que puede devolverle el tiempo que la burocracia le quitó. La rapidez, cuando se asienta sobre una organización clara y criterios sólidos, no empobrece la deliberación: la hace más justa y accesible. Resolver con oportunidad también es una forma de calidad.

Durante décadas, la mora judicial fue el principal obstáculo para el acceso a la justicia. Hoy, gracias a la transformación digital y a una gestión más eficiente, la Suprema Corte puede decidir con mayor agilidad sin perder rigor. Lo esencial no es oponer la pausa al movimiento, sino encontrar un ritmo justo, en el que la tecnología libere a los jueces de tareas mecánicas y les permita concentrarse en lo verdaderamente humano: escuchar, razonar, decidir. Una justicia más veloz no es menos prudente, si cada paso del proceso preserva el sentido y la serenidad que exige el Derecho. La verdadera ganancia de la tecnología no está en acelerar los procesos, sino en liberar tiempo para el encuentro humano, la deliberación y el respeto mutuo.

Por eso, el objetivo no es desacelerar, sino dar contenido a la velocidad. Que el uso de la tecnología y la eficiencia administrativa no nos alejen de la reflexión, sino que la hagan posible. Cuando los sistemas funcionan, cuando los tiempos se acortan y las herramientas se alinean con el criterio judicial, el resultado no es una justicia automatizada, sino una justicia viva: rápida para responder, pausada para pensar, y firme para decidir con calidad y humanidad.

Toda transformación, incluso la más virtuosa, corre el riesgo de volverse mecánica si pierde la conexión con su propósito. Por eso, cada avance tecnológico debe acompañarse de escucha, formación y sentido. En un tiempo en que la libertad a menudo se confunde con exposición o confrontación, la justicia tiene el deber de cultivar el respeto y la empatía como formas de libertad madura.


El expediente electrónico no sustituye el criterio; el algoritmo no reemplaza la prudencia; la inmediatez no puede desplazar la serenidad.



El desafío, entonces, no es tecnológico, sino ético. Que la digitalización refuerce la confianza ciudadana, no que la desgaste. Que la eficiencia no sustituya la deliberación. Que la justicia siga siendo un acto humano, razonado y prudente, aunque se apoye en herramientas digitales.

En definitiva, el mensaje que deja Byung-Chul Han coincide con la ruta que impulsa el Poder Judicial dominicano. Una ruta de innovar sin perder el sentido. Gobernar la tecnología, en lugar de ser gobernados por ella. Y recordar que la verdadera modernidad no está en el ritmo de las máquinas, sino en la capacidad de las instituciones para ponerlas al servicio de la dignidad humana.

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