Hay seres humanos magníficos que habitan en mi vida, que trascienden en mi presente porque ya son parte de mi ser. Espléndidos, plenos místicos, inspiradores que van mucho más allá de la coyuntura.
Están presentes en mis gestos, actitudes con c y en mis aptitudes con p. Porque marcaron mi vida con sus hechos, sus formas como expresión de sus valores eternos.
Los amo desde la soledad de mis pensamientos y mis sentimientos, seres humanos que han formado todo mi ser con mis imperfecciones, mis anhelos, mis deseos, mis sueños y mis realidades.
Viven en mí, desde la nostalgia. Otros todavía puedo abrazarlos y todos los llevo en mis cosas, en mi ser o no ser, casi como si fueran mi oración.
Referentes. Con cada uno conversé y he sido vulnerable, simple, pragmático… Sobre todo han sido esenciales para mí.
Unos los saben, otros no. Sus hechos y palabras todavía son parte de mi zumbido existencial.
Quisiera a todos poderles escribir un epistolario de mi admiración y respeto. Son concretos y abstractos a la vez.
Todos fueron sinceros conmigo, para ninguno de ellos he sido instrumental. No he podido llorar a los que vi partir, porque todavía habitan en mí. He vivido la intensidad de sus enseñanzas y no puedo recordar uno solo de sus defectos.
Son esos quienes me han hecho este ser imperfecto que soy. Quisiera que estuvieran orgullosos de mi.
Cuando los veo en la soledad de mis madrugadas, son parte de mi presente, son mi esencia, mi canción, mi poesía. El relato de mi vida está compuesto de un poquito de cada uno de ellos.