Millones de personas en todo el mundo hemos apoyado campañas por la defensa de derechos humanos inalienables como por otras causas no menos importantes.
Ha sido posible porque portamos herramientas de comunicación altamente adaptables a la necesidad de movilizarnos en nuestras actividades diarias, al tiempo que formamos parte de innúmeras redes, unas de lazos muy blandos o flexibles y otras de mayor tensión e intensidad.
Nuestras actuales herramientas de interconexión global constituyen una maravilla de los tiempos modernos. Pero hay otras más que parecen asombrarnos menos, porque son el resultado de la invención social, la creatividad colectiva y carecen de un autor único o una marca distintiva y tampoco se propagan o adquieren relacionadas con el mercado.
Hoy, por ejemplo, no le comento a un colega sobre un autor o un libro; le envío el link o el documento en pdf. Si quiero compartir un lugar o una dirección tomo una fotografía del lugar y la subo a Flickr o la localizo en Four Square o en Google Maps. Se comparte el instante y las emociones que surgen de él, ya sea por Facebook, por Twitter u otra de las aplicaciones de mensajería y comunicación instantáneas.
Somos redes de neuronas y mapas mentales actuando en red con millones o cientos de miles de otras redes de neuronas y mapas mentales. Y sincronizando sentido y sensibilidad. Lo que faltan son las notas, las ideas que unifiquen voluntades.
Es un reto para los que actuamos –en red— por un cambio en nuestro país y en el mundo. Pero no es imposible. Necesitamos un sentir común: para ello es imprescindible encontrar las ideas fuerza que impulsen tal sentir y los relatos comunicacionales imprescindibles para trasmitir ese sentir común. Trabajemos en ello: los resultados serán cada vez más sorprendentes.
Publicado en Santo Domingo, en fecha 31 de agosto del 2011, ver publicación en artículo del Periódico,