En una sociedad en la que predominan soluciones arbitrarias a los problemas y necesidades de la gente, como la dominicana, no es de extrañar que haya un déficit de cohesión, de integración social y que sean muy débiles los factores que sirven para dar sentido de colectividad y de convivencia democrática.
Lo que se observa en los comportamientos colectivos e individuales respecto de normas y obligaciones sociales básicas es una expresión de la crisis de institucionalidad. Cuando, como sociedad y como personas, asumimos que es preferible atender a nuestros intereses individuales en lugar de comportamientos o soluciones colectivas, estamos afirmando el individualismo como forma de confrontar los problemas. El individualismo arbitrario, que irrespeta y rechaza las soluciones colectivas, es un discurso sobre la sociedad que afirma que no nos interesa, que no creemos en soluciones colectivas.
La crisis de institucionalidad, entonces, ha llegado a integrarse en el comportamiento individual y sin lugar a dudas alcanza la familia, porque la familia es el espacio en el que en primera instancia se generan los valores con los que se vive en sociedad. En nuestro país, por lo tanto, la dificultad para producir una cultura, unos valores y una actitud institucional comienza ya en la familia. Por eso es tan generalizada la actitud, la mentalidad y la cultura anti institucional, la que apuesta al caos, al individualismo y la arbitrariedad.
Necesitamos cambiar esa cultura y comportamiento. Pero no con un ejercicio autoritario, verticalista y represivo. Es cierto que hace falta sanción. Pero una sociedad no se construye sobre la base de sanciones. Estas, las sanciones, están dirigidas a la excepción. Necesitamos un liderazgo y una autoridad que exprese el compromiso colectivo, la influencia moral y el ejemplo a seguir. Necesitamos re establecer el compromiso colectivo que representa la institucionalidad.
Publicado en Santo Domingo, fecha 22 de junio de 2011, ver publicación en Perspectiva Ciudadana