La práctica del Derecho es un honor que supone compromisos claros con la conducta. Una tarea honrosa y difícil, porque sus resultados no son siempre percibidos por la sociedad como aportes. Y porque sus aportes no siempre se ven a simple vista.
Por medio del Derecho se tiene la oportunidad de demostrar que es posible hacer las cosas del modo correcto; Es posible que los abogados se les vean actuar, intervenir y que digan que obran en procura de mejorar el Derecho de cara a los ciudadanos y ciudadanas. Que van a los tribunales a buscar la Justicia como bien mayor, a pedir que se apliquen las leyes, que se respete el debido proceso, que se reconozca la dignidad de sus clientes sin afectar la de su contraparte. Porque solo de este modo estarán ejerciendo su profesión con verdadera dignidad. El resto es solo dinero y si es mal hecho, viene con su propia carga pesada.
El Poder Judicial y la comunidad jurídica en general tienen como objetivo y mandato dirimir conflictos y aplicar la ley. Todo un sistema, que se compone de cada parte. Y que exige que cada uno haga suyas las tareas que aseguran mejorar el resultado. Las acciones diarias de los jueces, de los abogados, los fiscales y los demás auxiliares de la justicia no son aisladas, e impactan en cada parte o en su resultado final.
Es por eso que hago un llamado a comprendernos sujetos de primer orden ante las convenciones, derechos, usos y fuentes específicas del trabajo por la Justicia. Y es con nuestra labor y su impacto a favor de la sociedad como podemos lograr que así sean percibidas, en cumplimiento del mandato de la Constitución y las leyes.
Ejercer el Derecho es tener la capacidad de gestionar la realidad y debemos actuar tomando en cuenta la responsabilidad que esto supone. Existe una dimensión humana de nuestra misión ante el sistema jurídico. Y es en ella donde se fortalecen las apuestas que hacen mejorar la vida en sociedad y la percepción de esta sobre nuestro trabajo. Es ahí donde nos damos cuenta que no es un privilegio sino un servicio.
Por eso quiero aprovechar la oportunidad para llamarles a leer el Código de Ética del Servidor Judicial y del Código Iberoamericano de Ética Judicial y, como abogados y abogadas en ejercicio, facilitar siempre el cumplimiento de estos.
Cuando una persona es consciente de lo que es una sociedad y de las funciones que esta implica para con los demás y de uno mismo, su actitud cambia. Y cuando comprendemos el tejido social como un entramado interconectado para evitar el mal, asumimos que obrar como parte funcional de este es trabajar para el bien.
La ética es la búsqueda del bien y sus derivaciones. Hablar de la ética es perder el tiempo si no se asume un compromiso más allá de la palabra. Porque ella misma encarna un sistema de búsquedas personales con relación a la conducta y a la mejora continua de esta como compromiso diario.
Se trata de asumir que somos parte de ese todo que nos acoge, pero también, nos necesita. Y que nuestra interacción, si afecta lo hace en virtud del modo en que actuamos.
Un ejemplo de accionar ético lo fue don José Altagracia Silié Gatón, considerado por muchos, el padre dominicano de la ética. Sus aportes en materia de Ética, su prolífica carrera como escritor y Doctor en Derecho, jurista, especialista en derecho público, penal, electoral lo llevó a ocupar funciones de relevancia por más de 40 años.
Fue además miembro de la Academia de Ciencias de República Dominicana y catedrático de Derecho Público y Ética Profesional por 47 años en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Su legado lo componen 23 libros, así como el reconocimiento meritorio de sus parientes y de toda la comunidad jurídica y social dominicana. Sus familiares reseñan que Silié Gatón fue “ejemplo de una vida digna, un ejemplo viviente de la moralidad y del decoro”. Su compromiso va más allá de exponer ideas, pues la práctica sostiene su discurso e irradia con el ejemplo incluso a generaciones que no lo llegarán a conocer.