El pasado sábado me vi entre gente muy interesante en el Centro INDOTEL. Me acordé mucho de un concepto teórico que estuvo muy de moda en los años noventa. Porque la calidad de las opiniones expresadas y el valor de estas daba testimonio del término “aldea global”, que fue acuñado por Marshall McLuhan, un teórico canadiense que estudió el lenguaje, las comunicaciones y su devenir en las sociedades. Dicho concepto nos hizo entender un poco mejor la globalización, y prever una parte de lo que sería el presente tecnológico.
Cohabitamos un mundo muy distinto al de entonces. Y comprenderlo y aceptarlo es menos importante que estar preparados para él. De ello depende la sobrevivencia económica, el desarrollo de herramientas, la preparación cultural y de infraestructura para competir mundialmente. Sentado frente a decenas de personas, jóvenes en su mayoría, hablando de la automatización y auge tecnológico y de las soluciones a nuestro alcance pude retomar la idea y sentirme orgulloso de estar ahí. Escuchar a figuras jóvenes, compartir sus visiones del presente y los retos por delante. Ver de qué modo los recursos de INDOTEL puede funcionar para potenciar mucho más las posibilidades del país en materia de programación, ingenierías tecnológicas, mecatrónica, telemática, cultura digital y otras capacidades urgentes.
El mundo pasó a estar interconectado y, a través de la TV y el internet, a estar realmente unificado, pues en cualquier parte del mundo, al instante, podemos enterarnos de las cosas que suceden. Y esas cosas alteran el devenir diario de un modo tal que parecería cuestionar la unidad económica de las naciones. En tal sentido McLuhan decía que éramos una aldea de dimensiones planetarias. Y el presente y el futuro inmediato, son la prueba más contundente de que tenía razón.
Las nuevas tecnologías han hecho avanzar a la sociedad moderna de un modo incuestionable y rápido. Y no hablamos únicamente del desarrollo de los medios para lograr objetivos y avance económico, pues la sociedad adquiere unos niveles de cohesión mayor, pero alrededor de otras necesidades y búsquedas que en el pasado no eran consideradas siquiera.
El factor de mayor importancia a tomar en cuenta es que no se detiene. El intercambio que sostiene las relaciones se hace más sencillo por un lado (simplifica y democratiza el acceso a la producción, al comercio y a la capacidad de crecimiento) y más complejo por otro (los valores locales se ven alterados por nuevas filosofías y formas de consumo que, para muchos son cuestionables y modifican la estructura social).
Esa red invisible de información intercambiable, que construye consensos y disensos, tiene grandes ventajas. La democratización del acceso a las economías supone que diseñemos estrategias más creativas e inteligentes para adaptarnos y crecer sin dejar de aprovechar nuestras fortalezas locales. El tiempo reduce, la competencia es mayor y los negocios deben esforzarse por contar con mayores condiciones para satisfacer la demanda: deben cambiar. Esa adecuación sostenida en el consenso de muchas naciones, y, sobre todo, en el avance de las redes celulares y la complejidad de sus dispositivos, es un paso firme en favor de mejorar la convivencia, si nosotros queremos. No tenemos la opción de dar la espalda a ese presente de transformaciones. Sin embargo, contamos con la gran oportunidad de hacerlo funcionar al servicio de quienes más importan en una sociedad: su gente.
República Dominicana cuenta con muchas condiciones para aprovechar sus ventajas y hacer frente a los retos a través del avance tecnológico. Dependerá de qué tan agresivas y creativas sean nuestras empresas e instituciones, nuestros emprendedores, para construir espacios que modifiquen nuestra cultura de trabajo. La innovación y el establecimiento de parámetros competitivos y colaborativos, que permitan crecer y ensanchar las posibilidades de intercambio, son la meta. Pero el cambio es permanente. Habrá que estar invirtiendo todo el tiempo en mecanismos de actualización y adaptación a las nuevas realidades.
Para eso es imprescindible la flexibilidad y el trabajo compartido, pues es el conocimiento y la información la gran riqueza de este planeta que está re-definiendo sus dimensiones. Tengo confianza en la capacidad y el valor de nuestro país y su gente. Y cada vez que me reúno con los protagonistas del “gran debate” salgo con más esperanza. Es cierto, como en toda aldea, hay propensión al miedo, al chisme, al ruido y a las malas noticias. Sin embargo, también hoy hay mayor espacio para la solidaridad y la construcción de nexos que acercan a los individuos y sociedades.
Nuestra apuesta es por fortalecer esa cultura y esos mecanismos de intercambio, que convertirán esta revolución digital en una revolución de la alegría y el bienestar. Porque acerca información, formación, productos de servicios y acceso a los medios de producción para la gente. Reduce las intermediaciones entre las fuentes de producción y los ciudadanos en general. Es, en resumen, más democracia. Eso es, entre todas, la buena noticia.