Justicia Viva: pensar el sistema judicial como un organismo que aprende

6 de junio de 2025

Siempre he creído que los marcos conceptuales no son adornos académicos, sino herramientas vivas para pensar mejor y transformar con sentido. Hace poco explorábamos aquí el concepto de I‑Justicia, como una síntesis entre eficiencia digital, ética crítica y centralidad en la persona.

Ese es, por supuesto, un concepto ya desarrollado e institucionalizado por la Cumbre Judicial Iberoamericana. Hoy quisiera compartir una reflexión distinta algo más tentativa, pero quizá complementaria: ¿y si pensáramos el sistema judicial como un organismo vivo, capaz de aprender, adaptarse y evolucionar sin perder su identidad?

No se trata de poesía. En el pensamiento sistémico y la cibernética organizacional, esta es una metáfora operativa poderosa. El Modelo de Sistema Viable (VSM), desarrollado por el británico Stafford Beer, describe los elementos que permiten a un sistema complejo —como una organización, una red o una institución pública— mantenerse vivo en entornos cambiantes. Es decir, funcionar con eficacia sin perder su propósito.

Posteriormente, los ciberneticistas chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela aportaron una de las ideas más influyentes para pensar los sistemas vivos: la autopoiesis. Según este enfoque, un organismo no es gobernado desde fuera, sino que se autorreproduce mediante una red cerrada de procesos que mantiene su identidad y se adapta a su entorno. Esta visión rompió con la lógica mecánica del control externo y abrió paso a modelos más complejos, donde los sistemas (biológicos, sociales o institucionales) se autoorganizan, aprenden y se transforman sin dejar de ser ellos mismos.

Aplicado a la justicia, este paradigma nos ayuda a mirar con más profundidad. Las instituciones judiciales tienen órganos (juzgados, oficinas, unidades de gestión), sistemas nerviosos (canales de información y control), sensores (mecanismos de escucha) y un cerebro estratégico que guía sus decisiones. Si estos elementos no funcionan con armonía, el sistema se vuelve rígido, sordo o ineficiente. Pero si están bien diseñados, permiten prestar mejores servicios y responder a las necesidades reales de la sociedad.

Esto no significa que la justicia deba parecerse a una máquina. Al contrario. Significa que debemos pensarla como un ecosistema institucional complejo, que sólo se sostiene si sabe rediseñarse a tiempo. Que aprende de sus errores, se adapta a nuevas condiciones y se mantiene orientado por sus valores fundacionales.

Hay experiencias internacionales que muestran cómo esta lógica sistémica puede guiar transformaciones concretas. La Comisión Europea para la Eficiencia de la Justicia (CEPEJ), por ejemplo, lleva más de dos décadas ayudando a países a evaluar y mejorar sus sistemas judiciales con herramientas comparativas, indicadores de desempeño y principios éticos claros. No se limita a medir cuántos casos se resuelven: se pregunta cómo, con qué calidad, con qué percepción ciudadana, con qué impacto social.

Algo similar hace el Justice Innovation Lab del MIT, que colabora con jurisdicciones locales en Estados Unidos para rediseñar procesos judiciales con enfoque centrado en el usuario. Usan datos, análisis sistémico y diseño participativo para identificar cuellos de botella, reducir detenciones innecesarias, eliminar sesgos o mejorar la experiencia del ciudadano. Diagnostican, prototipan, prueban y ajustan. Y lo hacen con rigor, sin perder de vista que la justicia no es solo trámite: es una promesa social.

Por supuesto, todo marco conceptual tiene sus limitaciones. En este debemos recordar que aplicar justicia no es una función técnica ni automatizable. Es un acto profundamente ético basado indisolublemente ligado a la capacidad de deliberación humana.

Por eso, este marco de “Justicia Viva” no pretende sustituir el juicio, ni reducirlo a un flujo de información. Lo que propone es pensar el servicio judicial como un sistema vivo: diseñar mejor su gobernanza, sus mecanismos de escucha, su capacidad de adaptarse y de aprender. Para que el fondo —la justicia como derecho— no se pierda por fallas en la forma.

Visto así, el paradigma cibernético resulta útil en áreas como la gestión de casos, la planificación estratégica, la formación de recursos humanos, la digitalización con sentido, la comunicación institucional o la mejora continua. Nos permite construir instituciones que no sólo cumplan funciones, sino que lo hagan de forma coherente con sus principios. Esa es la transformación que estamos impulsando en el Poder Judicial dominicano.

Al igual que la Cumbre Judicial Iberoamericana reflexionó en torno a las limitaciones de la e-justicia no podemos caer en la ilusión de que todo puede ser gobernado por datos, ni en el fetichismo de la eficiencia. La justicia no es una línea de montaje.

Si no cuidamos el sentido, podríamos terminar usando el lenguaje de sistemas vivos para justificar una “datocracia” sin alma, o para vaciar de contenido ético algo de tantas consecuencias para la vida de una persona como pueda ser un fallo judicial.

Por eso, hay que decirlo con claridad: el paradigma de Justicia Viva debe usarse como guía para la organización del servicio, no como fundamento de la decisión judicial. Las instituciones no son organismos naturales, son construcciones culturales al servicio de la democracia. No hay nada inevitable ni mecánico en su evolución. Dependen de nuestras elecciones, nuestros valores, nuestra responsabilidad.

Con todo, creo que explorar este paradigma nos ayuda. Nos permite ver el Poder Judicial no como una estructura estática, sino como una comunidad institucional que puede aprender, rediseñarse y mejorar. Que puede incorporar principios como la planificación adaptativa, la cultura del feedback, la innovación centrada en las personas y la tecnología con propósito. Que puede fortalecerse como servicio público sin perder su esencia ética y política.

Como en tantos otros ámbitos de la vida, lo importante no es aferrarse a una sola teoría. Lo importante es contar con herramientas conceptuales que nos ayuden a entender mejor los desafíos, a diseñar soluciones más integrales y a tomar decisiones con criterio humano.

Cada paradigma ofrece una lente. Nuestra responsabilidad es elegir la adecuada para cada problema. Aplicando, aquí también, nuestra capacidad de deliberación, de reflexión y de juicio.

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