La gobernabilidad y el buen gobierno son dos caras de la misma moneda. Cada uno depende íntimamente del otro y podemos afirmar que llenan el mismo núcleo espacio-temporal; porque ninguno precede al otro, van de la mano y se desarrollan juntos.
Se ha dicho que gobernar es difícil, pero que gobernar bien lo es aún más.
La nación dominicana estrena un nuevo gobierno y las expectativas de la población de que será uno excelente se colocaron bien altas desde el día de la inauguración.
Ese es precisamente el papel que juega la ciudadanía en términos de gobernabilidad: el pueblo presenta sus demandas y expectativas y le corresponde al Estado cumplirlas para que se produzca lo que se llama un “buen gobierno”.
Pero ya hemos dicho que un buen gobierno depende de la gobernabilidad.
Por eso el Estado y la sociedad deben interactuar en el marco del buen funcionamiento de estructuras socioeconómicas y es de esta interacción desde donde deben surgir las transformaciones y resultados que la sociedad requiere.
Si bien cada miembro de la sociedad responde a intereses particulares, el Estado tiene la responsabilidad de concretizar los intereses de la sociedad en su conjunto.
En ese sentido, el gobierno actúa como el director de la orquesta con la tarea de armonizar los diversos sectores del Estado-sociedad en una sinfonía común.
El nuevo equipo gubernamental tiene el reto de, sobre los modelos estructurales existentes, producir las transformaciones que la sociedad espera y demanda. Ello requerirá una coreografía precisa capaz de sincronizar el rol de cada uno de los actores económicos, sociales y jurídicos de la nación.
Con una visión clara de la naturaleza de las percepciones y demandas de la sociedad, así como de los focos de conflictos potenciales, la acción del Gobierno deberá ser, ante todo, proactiva y eficiente.
Ese es el camino seguro hacia la gobernabilidad política.
Publicado en Santo Domingo, en fecha 23 de agosto del 2012, ver publicación en el Periódico El Día