Tanto en el aspecto personal, como en el aspecto colectivo, la humanidad ha trabajado por hacer visibles y arraigar algunos valores en el tiempo. Estos son las fuentes de nuestro intercambio y son el resultado de la evolución del pensamiento, de las herramientas que hemos desarrollado para mantenernos a flote. Transitar una crisis causada por una pandemia requiere sortear sus efectos reduciendo del mayor modo posible la incertidumbre. Es decir, conteniendo los focos de inseguridad e inestabilidad que dificultan la convivencia y la vida. Dado que la pandemia es un problema sanitario fuera del control, los elementos con los que se cuenta para enfrentarla son escasos. En el caso del COVID-19 la pericia, los planes, la información con la que contábamos son útiles, pero sobre todo para una realidad anterior. La misma no necesariamente se corresponde con lo que el tiempo y la lucha contra la enfermedad demandan.
Responder a la falta de información y de certezas es una tarea de cada día. Implica reducir el miedo, aumentar la racionalidad, generar optimismo, esperanza y vigor, y poder conectar de algún modo con un sentido de trascendencia de lo que hacemos. Ello requiere que las personas nos sintamos parte. Que lo que hacemos evoque emociones que nos hagan ser en torno a los demás, que le agreguen valor a lo que hacemos.
Hoy, más que nunca, la humanidad debe comprender la importancia de lo cotidiano, de lo pequeño. El valor de la empatía, los afectos, la construcción de espacios de comunidad que puedan dar más fuerza a que podamos seguir haciendo un trabajo integro, esforzado y comprometido sin poner la vida nuestra y de otros en riesgo. Para eso, más que personas fuertes se necesitan personas conectadas y conscientes de que la capacidad de poder reinventarse no tiene límites.
El Poder Judicial, como muchas otras instituciones, empresas y grupos se ha enfocado en lograr lo necesario para cumplir sus funciones. Además, se está trabajando paso a paso en la ruta hacia la apertura en fases de las operaciones, de un modo sensato. En ese camino, nos valemos de mecanismos como la Guía de teletrabajo del Poder Judicial, que establece lineamientos y facilita la adaptación de las labores tanto jurisdiccionales como administrativas. En un proceso paulatino se han ido haciendo consultas a juezas, jueces, servidores y usuarios para continuar actuando y respondiendo y lograr un plan de retorno a las labores presenciales sin dejar de lado la virtualidad de las operaciones.
Mejorar los niveles de integridad del sistema de justicia (atacar la mora judicial, las trabas para el acceso y otras distorsiones) es tarea de todas y todos. En unidad, podemos fortalecer el cuidado de la salud y continuar llevando adelante los planes, con una ética común basada en el avance. El Servicio Judicial debe aumentar la capacidad de acción, ser más flexible, unificar criterios, enfrentar los límites, el sufrimiento y la desesperanza con la mayor certidumbre y contención posible. Las perspectivas cambiaron. Hoy estamos más conectados que nunca, aunque estemos distanciados. Y esa conexión debe fortalecernos.
Las mujeres y hombres que integramos la Justicia dominicana estamos adaptando nuestra forma de trabajo y mejorando la respuesta con capacitación y la acostumbrada entrega a la labor. Es una construcción compartida y requiere abonar los valores que nos unen. Pero también, incorporar nuevos modos, dejar viejas expectativas atrás. Continuar el trabajo duro, con solidaridad y comprensión, con mayor equidad y sentido del valor que tenemos para el sistema de justicia y la República. Hoy no hay verdades firmes y todos los días nos enfrentamos a un mundo más volátil. Por eso debemos mantenernos unidos en la esperanza y la acción, con la fe puesta en que todo esto nos hará mejores.
Volveremos con mayor entusiasmo y ganas de vivir.