En esta Navidad, volvamos nuestra mirada hacia el humilde pesebre de Belén, donde se nos invita a un mensaje profundo y sencillo: que el espíritu de la justicia, como el nacimiento de aquel niño, encuentra su mejor expresión en la humildad, en el servicio y en la valentía de hacer espacio a lo auténtico y humano.
A través de nuestro trabajo diario, enfrentamos el reto de mantener abiertas las puertas de la justicia, buscando que sea accesible, transparente y digna. Este espíritu de servicio es nuestro mayor compromiso con la sociedad. Así como María y José acogieron la luz en una cueva, también nosotros estamos llamados a ser testigos y servidores de un ideal superior, sosteniendo los valores que unen a la institución con las necesidades y esperanzas de nuestra gente.
Mi madre nació en Doña Antonia, un pequeño campo en Montecristi, cerca de Hatillo Palma, en la Línea Noroeste. Las Navidades de mi infancia están llenas de recuerdos cálidos y tradición. Mi primera Navidad la pasé en Santo Domingo, en casa de mi tía a quien llamábamos con cariño “abuela Mercedes”. Ella era la hermana mayor de mi padre, y en su casa en Los Mina, nos recibía con un ambiente cálido y humilde, siempre cocinando y preparándonos regalos. Las Navidades en su casa eran sencillas pero llenas de amor.
Más tarde, también pasábamos las fiestas en la casa de mi bisabuela materna en Doña Antonia, donde toda la familia se reunía para celebrar. La noche del 24 comenzaba con el ritual de cocinar un puerco en puya a fuego lento, que se convertía en el centro de nuestra cena navideña.
En mi infancia, también pasamos Navidades en Venezuela, donde las hallacas y los patines llenaban las calles. La música festiva, como las gaitas y merengues navideños, creaban una atmósfera mágica.
Más tarde, en Miami, celebrábamos con mi abuela, quien se aseguraba de que el árbol estuviera lleno de regalos y la mesa con deliciosa comida dominicana.
Cada una de estas experiencias formó parte de una infancia llena de emotividad, unión familiar y tradiciones que atesoro profundamente.
Hoy en día, busco recrear esa sencillez y nostalgia en mis celebraciones actuales, enfocándome en la familia para fortalecer esos lazos y hacer de cada Navidad un momento inolvidable.
Este año nos deja grandes enseñanzas. Cada meta alcanzada y cada obstáculo superado han sido posibles gracias al compromiso y la dedicación de cada uno de ustedes. Este año hemos avanzado, sin duda, hacia nuestra meta de una justicia al día que garantice la dignidad de las personas.
Gracias a la dedicación de nuestros jueces, y de su capacidad de coordinar equipos con excelencia, estamos avanzando, paso a paso, hacia un sistema judicial más accesible, moderno y profundamente humano.
Porque esta época no solo es para mirar hacia atrás. También es una oportunidad para mirar hacia adelante con esperanza. En este espíritu navideño, les invito a renovar nuestra fe en un futuro mejor, a abrazar los retos que nos esperan con optimismo y a seguir construyendo un país donde los valores de justicia, igualdad y fraternidad guíen nuestro camino.
Que esta Navidad sea un recordatorio de nuestra misión de mantener viva la llama de la justicia en cada rincón de nuestra labor. Que este tiempo inspire en cada uno de nosotros la voluntad de iluminar y renovar nuestros esfuerzos, de ser fieles al propósito que nos une y de sembrar esperanza en el corazón de quienes confían en nosotros.
¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!