El valor humano del servicio judicial

26 de diciembre de 2025

La Navidad, más allá de credos o calendarios, introduce una pausa simbólica que invita a pensar en lo esencial: el valor del tiempo, la fragilidad de lo humano y la responsabilidad frente a los demás. En estos días, mientras la actividad institucional se desacelera, vuelvo al sentido profundo del servicio judicial y a las personas que lo sostienen cada día, casi siempre lejos de los focos.

La justicia no es una abstracción. Ocurre en decisiones concretas, en expedientes estudiados con rigor y en la forma en que se escucha y se responde. Se manifiesta cuando alguien llega a un tribunal con incertidumbre y encuentra orientación; cuando una jueza o un juez asume el peso de resolver sabiendo que ninguna decisión es neutra; cuando la ciudadanía, aun en medio del conflicto, decide confiar en las instituciones antes que en la fuerza o en la resignación.

Este año nos recordó con especial claridad que la justicia es una tarea ejercida por personas, atravesadas por los mismos límites que cualquiera. La pérdida de la jueza Altagracia Uffre, presidenta de la Corte Civil y Comercial del Departamento Judicial de Santiago, y del magistrado Juan Jeremías Paulino Paulino, presidente de la Corte de Trabajo de San Francisco de Macorís  y de otras personas cercanas nos confrontó con la fragilidad de la vida y con el peso humano de una función que rara vez admite pausa.


Esa conciencia se volvió más intensa en un año marcado, además, por el impacto colectivo de hechos trágicos que han conmovido a todo el país y nos recordó que detrás de cada expediente, de cada investigación y de cada decisión judicial, hay siempre una comunidad herida que espera respuestas, pero también cuidado y respeto.


La Navidad suele asociarse a la celebración y al reencuentro, pero también es un tiempo propicio para reconocer trabajos silenciosos. El servicio judicial es, en gran medida, una vocación discreta. No se ejerce para la visibilidad ni para el reconocimiento inmediato, sino desde la conciencia de que cada decisión afecta la vida de otros. La confianza pública, tan exigente como indispensable, se construye lentamente y puede perderse con facilidad.

Desde una mirada personal, formada también en la tradición cultural que ha marcado a nuestra sociedad, pienso en la concepción cristiana de la justicia como algo que no se agota en la sanción. Una justicia que mira al otro, que reconoce la dignidad incluso en el conflicto y que entiende la responsabilidad como servicio. No se trata de trasladar creencias al ejercicio jurisdiccional, sino de reconocer que esa idea profunda (humana, prudente, consciente del daño) sigue influyendo en la manera en que muchos entienden su tarea cotidiana.


He aprendido que el mayor desafío de la justicia no es técnico. Aplicar la ley exige conocimiento; impartir justicia exige, además, conciencia del impacto de cada decisión.


No se trata de reemplazar la norma por la emoción, sino de comprender que toda norma opera sobre personas reales, con historias complejas y expectativas legítimas. Ese equilibrio entre rigor y humanidad sostiene buena parte de la credibilidad institucional.

La justicia también es cuidado. Cuidado de los derechos y de los procedimientos que hacen posible el vínculo social. Ofrece un marco de previsibilidad sin el cual la convivencia se resiente. Cuando funciona, pasa casi inadvertida; cuando falla, el daño es profundo. Por eso quienes integran el sistema judicial asumen una responsabilidad que excede lo administrativo o lo formal.

Pienso también en la ciudadanía. A veces hablamos de la justicia como si fuera ajena, pero la justicia se completa en la relación con la gente: en el acceso, en la claridad del lenguaje, en el trato respetuoso. No siempre será posible satisfacer todas las demandas, pero sí garantizar que cada persona sea escuchada y comprendida.


En este cierre de año, conviene detenerse y recordar que servir en la justicia es servir al entramado moral de la sociedad. Es aceptar límites, ejercer poder con prudencia y sostener decisiones difíciles con integridad. No hay automatismos cuando se trabaja con derechos; cada caso exige atención y responsabilidad.


A quienes integran el Poder Judicial, mi reconocimiento sincero. A quienes sostienen el trabajo cotidiano incluso en contextos complejos. Y a la ciudadanía, que con su exigencia legítima recuerda que la justicia no pertenece a quienes la ejercen, sino a la sociedad en su conjunto.

Que esta Navidad permita agradecer lo construido y renovar, con serenidad, el compromiso que continúa. Porque, al final, la justicia no se define sólo por sus resultados, sino por la forma en que se ejerce cada día.

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