Entre los problemas más importantes de la democracia dominicana hay dos que requieren atención urgente: 1) la incapacidad o dificultad de quienes detentan poder para auto limitarse y someterse a las restricciones y obligaciones derivadas de ese poder que le ha sido confiado; 2) la dificultad que tienen dirigentes y actores políticos de cualquier nivel para auto regularse, pactar normas y reglas y cumplir con tales regulaciones.
Expresión del déficit democrático es la frecuente conducta de detentadores de poder público de retar la ley y la obligación de rendir cuentas, conducta manifiesta desde la presidencia de la república hasta alcaldes de municipios remotos. Aquí, los detentadores de poder público, sean estos el Primer Mandatario, el presidente del Senado, un juez de ejecución de la pena o cualquiera otro, se comportan como monarcas, no sujetos a la obligación de que sus conductas se acojan a la validez, la rendición de cuentas, el marco legal y el apego a la ética democrática. Y en cuanto a la incapacidad de auto regulación, cumplimiento de pactos y de reglas, sólo hay que observar la zozobra de los procesos políticos internos en cualesquiera de los tres partidos mayoritarios o lo que sucede en el Congreso con cualquiera de las reformas importantes.
Cierto es que buena parte de la sociedad se ha avenido y acostumbrado a esas dos manifestaciones de cultura política antidemocrática, pero también es un hecho que la cuantía y diversidad de los que están cansados de estos comportamientos crece día a día.
Ese cansancio crecerá y se convertirá en hartazgo. Lo prudente sería que los agentes políticos observaran con atención lo que está sucediendo en el mundo en términos de rechazo a formas antidemocráticas de sociedad y pusieran remedio a las conductas señaladas, antes de que, para ellos, sea tarde.
Publicado en Santo Domingo, fecha 23 de febrero de 2011, ver publicación en Perspectiva Ciudadana.
