El silencio, la soledad, la meditación como refugio ante cada decisión que debe ser fruto de la calmada reflexión ante los retos del Derecho, de la sana crítica y la contemplación de los principios.
Es de esta forma que se hace posible atender las pautas legales y barreras que cuidan la independencia judicial. Esa intención sesuda y sosegada ante los libros y códigos, ante el deber, nos da la perspectiva necesaria para actuar ante la Justicia sin dañarla.
El ánimo y el trabajo responsable por el Estado de Derecho, que es la convivencia misma, son savia de esa tan mentada y exigida independencia. Los enemigos de esta no son aquellos que se atreven a hacer causa común por ideas o modelos de gestionar, sino aquellos que aún desvinculados, apuestan a la tempestad y azuzan el desastre. La voluntad y la certeza de los límites y su valor, aseguran en la función judicial, y en sus auxiliares, la consecución del óptimo posible. Lejos del ruido inmisericorde, que no contempla el resultado de sus obras.
La independencia del juez es primero personal. Esta es una obligación reservada solo a los que fungen de árbitros, y es la clave para hallar la verdad, toda la verdad, como precursora de la justicia. El prejuicio es libre. El miedo le abre la puerta y se sienta entre nosotros. Se aprovecha de la duda y la falta de fe. Al ser tradición secular, ese miedo nos brinda la oportunidad, cada vez. Pues no solo para el juez supone un desafío diario vencerle. A ello estamos obligados.
Trabajar por el Estado de Derecho es posible lejos del cinismo, del ánimo descreído y la voluntad maniatada por los vinagres del lujo propio o ajeno. Sospecho que en la legalidad de los hechos y actos jurídicos reside un gran poder para estas garantías. Y es por esto que no podríamos caer de rodillas a lo que parece, sino buscar lo que es realmente. En la certeza y en los límites, las capacidades de las leyes, las posibilidades de los valores jurídicos que sostienen el camino de la igualdad ante las leyes está la Justicia.
El Poder Judicial, sus jueces, los auxiliares de la justicia y la sociedad deben saber que la Justicia independiente es posible solamente abrazando las reglas que le dan forma y sentido. Los lineamientos, leyes, reglamentos y principios son mecanismos para la aplicación de un contexto y una mística de nuestra labor, todos los días. Sin esto, es imposible sostener la verdadera independencia: aplicar las leyes a la luz de la doctrina y tomando en cuenta la jurisprudencia. Hacerlo bien, jamás llama a suspicacias que no tengan detrás ecos de voces interesadas. Y cuando hay duda, ahí está el Derecho nuevamente, como espacio de lo comprobable.
A los profesionales de la toga le corresponde en los tribunales, ganar o perder la batalla por la verdad y la justicia, por la democracia y su garante: el Estado de Derecho. Una misión que hay que ejercer inflamados de patriotismo constitucional, de respeto por las reglas, de compromiso y amor por el Poder Judicial y la República.
Esos mismos compromiso y amor que profesaba con acciones el maestro Hugo Álvarez Valencia. Sus aportes al Derecho son elocuentes y proyectan su legado. Un profesional comprometido y dispuesto a trabajar por la justicia y su independencia con las acciones. Un enamorado del Derecho. Compromisario de las garantías democráticas estudioso y activo impulsor de la justicia. Nieto e hijo de jueces memorables.
Recuerdo que me contaba mi padre, quien fue perseguido por su militancia social-cristiana y tuvo la necesidad de esconderse en más de una ocasión. Una de ellas fue memorable. En la casa de la familia Álvarez Valencia recibió asistencia y protección. Así que también a título personal debo este homenaje por un hecho que permitió que yo naciera y que pudiera disfrutar de mi papá durante más tiempo.
Estudien su vida, conozcan su trabajo jurisdiccional y jurídico, sigan el ejemplo de don Hugo Álvarez Valencia.