Aprender a comenzar muchas veces, la agenda abierta de la justicia, riesgos y oportunidades: aprender del futuro

12 de agosto de 2010

Permítanme comenzar con una confesión. Pese a ser uno de las tareas más gratificantes de mis funciones como Director de la Escuela Nacional de la Judicatura, la responsabilidad de dirigirme anualmente a cada nuevo grupo de graduandos es también una exigencia implacable. ¿Cómo decir algo significativo, que haga sentido a quienes viven un momento clave en sus vidas? ¿Qué decir que pueda ser un aporte a quienes están llamados a hacer de su ejercicio profesional una lucha cotidiana por la justicia, la verdad y la paz social?.

Con humildad entonces, pero precisamente en el espíritu de compartir algunas ideas que me parezcan valiosas, permítanme comenzar estas palabras con un recuerdo personal.

Hace casi treinta años, volvía de un proceso de promoción y organización de jóvenes en provincias con miras a un “Encuentro Nacional de Jovenes contra el Hambre” que se llevaria a cabo en el Club Mauricio Báez. En esos años, militaba yo en el Movimiento Estudiantil de Concientización y el Padre Fernando de Arango, Jesuita, era nuestro Asesor. Al regresar de este proceso me sentía cansado, pero lleno de energía, orgulloso de los resultados del trabajo hecho y confiado en que lo que habíamos comenzado con esos grupos de jóvenes iba a fructificar. Al narrar al P. Arango lo realizado y mis expectativas, éste me comentó: “Henrito, en este país, tienes que aprender a comenzar muchas veces”.

La frase, en ese momento, interrumpió mi estado de ánimo exultante, no porque introdujera algún elemento de frustración o de pérdida de significado de aquello que ya había logrado, sino porque agregó a mi repertorio de actitudes de ese entonces, la reflexión y la visión de proceso.

Sí, “aprender a comenzar muchas veces” ha tenido para mi, desde entonces, el significado de que en el devenir de la vida de las personas, de las instituciones y de la sociedad, el progreso hacia las metas más importantes, no es algo que se alcanza de una vez y para siempre, sino que una y otra vez tendremos que volver a comenzar, que volver al principio, no porque haya que desandar los pasos, necesariamente, sino porque ese ir y volver a tejer los hilos, pasar otra vez por caminos aparentemente recorridos es la labor forjadora, la de elaborar el tejido fuerte y consistente que forma todos los asuntos, todas las cosas que son relevantes tanto para una vida individual como para una sociedad.

Y aquí estamos: comenzando de nuevo. Porque el final de cualquier proceso de instrucción, capacitación, formación o educación es un comienzo.

A las graduandas y graduandos de estas promociónes del Programa de Formación de Aspirantes y Formación Continua, le corresponde comenzar sus andanzas a partir de ahora, al término de este período formativo en un contexto que aunque a algunos parezca opaco, o nos luce intenso, nos reta porque es distinto y porque se parece también a otros períodos de nuestra historia.

Parafraseando el juego intelectual de Charles Dickens en su “Historia de dos ciudades” vivimos los peores tiempos del mundo y vivimos los mejores tiempos del mundo, ambos a la vez. En República Dominicana somos testigos, al mismo tiempo, de una época gris y confusa, a la vez que sentimos que hay tanta luz en el ambiente que resulta incluso difícil mantener los ojos abiertos.

La justicia, nuevamente, clama porque los mejores hombres y mujeres de esta época acometan la difícil labor de hacerla posible.

Mientras ese ideal noble, perseguido y deseado siga siendo el arquetipo que norme nuestras búsquedas éticas y de libertad, en cada generación, en cada coyuntura de renacimiento y renovación, estoy convencido, habrá hombres y mujeres dispuestos para las tareas necesarias. Eso espero de ustedes.

Son ustedes parte de ese caudal necesario de mujeres y hombres dispuestos a acometer la tarea de renovar y a dar vida -en lo cotidiano- a ese ideal de justicia.

Sepan que la administración de justicia, la operación diaria de sus atributos y falencias, la labor más gris, cotidiana y con rutinas, parece opaca frente a declaraciones de propósitos e ideales como por ejemplo la Carta de Derechos de los Ciudadanos ante la administración de Justicia; sin embargo el tiempo y la acumulación lenta de un comportamiento institucional fundamentado en el derecho, que va sentando precedentes, tiene en el sistema de justicia uno de los más eficaces y rotundos ámbitos de acumulación de cultura, de producción de sentido y de síntesis del grado de avance de una sociedad.

Deben saber ustedes que la responsabilidad de ser garantes de los derechos de las personas y de la sociedad es probablemente la responsabilidad más digna que pueda ser puesta en manos de cualquier ciudadano.

Deben ustedes sentir que ser juez es un trabajo muy digno; que ser operador del sistema de justicia es una dignidad que la sociedad nos atribuye y deben estar dispuestos a asumirla como lo que es: una magistratura.

Función de un juez saber y defender siempre los derechos de los ciudadanos.

Se exige del juez que proteja los derechos hasta de aquellos a los que la sociedad les imputa los peores crímenes, inherentes, y de la protección de los derechos de los imputados emana la garantía de protección de los derechos de todos.

Ardua tarea, difícil encomienda, porque supone gran responsabilidad y estar sujeto a mucha presión, a mucha incomprensión y detentar un poder que exige mucho coraje y auto limitación, porque si bien las exigencias que habrá de enfrentar para ejercerlo son muchas, también lo son las tentaciones para utilizar ese poder discrecionalmente y por intereses personales y particulares.

Nada debilita tanto la autoridad de un juez y la dignidad de su magistratura como prevaricar haciendo que las potestades que le son encargadas por la sociedad para que la proteja se desnaturalicen.

Por eso tendrán que aprender a comenzar muchas veces. Asuman la actitud de aprender a comenzar muchas veces como guía en el proceso que comienza inmediatamente y en el período o etapa de desarrollo de nuestra administración de Justicia en que van a intervenir. Esa actitud les ayudará a vencer la resistencia y el temor a los cambios.

Los abogados tenemos la tendencia a ser muy apegados a procedimientos, rutinas y codificaciones. Lo estable, lo consolidado, nos atrae y seduce. El cambio, nos asusta muchas veces.

Hace años ya, el presidente de nuestro más alto tribunal clamaba por la necesidad de una segunda ola de reformas de nuestra justicia. A contrapelo de nuestras perspectivas y, de alguna manera sin convocar a muchos de los principales actores que debían estar en la primera línea de la ola de cambios necesaria para fortalecer el Poder Judicial, el constituyente de la última reforma de nuestra Carta Magna introdujo cambios muy importantes en nuestro sistema de administración de justicia.

Hoy no es tiempo de volver a hacer los diagnósticos ni de repetir sus conclusiones, porque la reforma constitucional es un hecho y las disposiciones que atañen al Poder Judicial han sido establecidas.

La creación del Consejo del Poder Judicial, con atribuciones administrativas y disciplinarias, el fortalecimiento de la defensa pública y la asistencia legal gratuita, así como las disposiciones que se refieren al ministerio público, constituyen todas, oportunidades y riesgos.

Los riesgos son los que penden sobre toda reforma institucional en nuestro país: que, a la hora de definir la composición de órganos y estructuras, los criterios político-partidarios se impongan a los criterios técnico-legales. Para nuestra suerte, en la nueva Constitución hay alguna previsión contra ello al establecer cierto baremo meritocrático para la selección de los integrantes, sobre todo del Consejo del Poder Judicial.

Las oportunidades vienen dadas por dos factores. Por una parte la imperiosa necesidad que experimenta la sociedad dominicana de que sus órganos de mediación y resolución de conflictos sean fortalecidos para que realicen la contribución necesaria a la gobernabilidad –amenazada por los apremios materiales de una mayoría de dominicanos y que crea un clima propicio al surgimiento de olas de criminalidad-, y por otra parte, el dinamismo que se derivará de la puesta en marcha de las reformas, nuevas estructuras, fortalecimiento de áreas claves del acceso de los ciudadanos y haciendo posible que el clima de exigibilidad de la Justicia como un derecho básico y una condición esencial de la convivencia pueda servir para impulsar un movimiento social alrededor de la buena administración de justicia que requerimos.

Serán Ustedes testigos y probablemente protagonistas discretos de esta ola de cambios. La apertura hacia las transformaciones por venir será más fácil si estamos dispuestos a aprender a comenzar cada vez que sea necesario y si tenemos presente siempre el significado de la tarea que será puesta en nuestras manos.

Confiamos en que una parte de las herramientas necesarias y de las actitudes imprescindibles las hayan recibido de esta Escuela Nacional de la Judicatura. Si así ha sido, nos congratularemos por ello. Y en lo que hayamos fallado, aprenderemos a comenzar para enmendar.

Los practicantes y científicos de la prospectiva nos han enseñado que el futuro, los futuros, son escenarios posibles; que una sociedad y hasta un individuo tiene cierto poder de intervenir para que dicho escenario se produzca.

El futuro es un compromiso. El futuro que deseamos, con el que nos comprometemos, es una obligación de actuar ahora conforme a los valores que deseamos que contenga ese porvenir.

Mohandas Karamchand Gandhi, el maravilloso Mahatma Gandhi, alma grande que condujo a millones de personas en la India de hace poco menos de un siglo hacia la independencia, utilizando como armas la paz, la inteligencia y el amor, dijo una vez a todos los que seguimos escuchándole: “Se tú el cambio que quieres ver en el mundo”. Eso es aprender del futuro.

El futuro está abierto. Hacerlo presente es una cuestión de compromiso y confiamos en que ustedes, hoy, en este día inolvidable, y para siempre, asuman ese compromiso.

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